Historias ocultas de Córdoba

Las piqueras: las ventanas secretas del vino en Córdoba

Entre ley, costumbre y memoria social, las piqueras fueron mucho más que simples huecos en la pared: una frontera invisible que dividía géneros y que preservaba secretos

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Al caminar por Córdoba, sus muros encalados susurran historias. Pero entre las grandes leyendas de la Mezquita-Catedral y el Alcázar, existen secretos más humildes, casi invisibles. Son las cicatrices en las fachadas de las tabernas más antiguas: las piqueras. Lo que hoy parece un simple hueco tapiado fue, durante siglos, una auténtica frontera social; una ventanilla que no solo despachaba vino, sino que mantenía un orden estricto, separando el mundo masculino del interior de la taberna del mundo exterior.

Esta no es solo la historia de un elemento arquitectónico desaparecido. Es la historia de una norma, una necesidad y un fiel reflejo de la sociedad cordobesa de antaño.

Definiendo la Piquera: De las Abejas al Vino

Según el diccionario de la Real Academia Española, la palabra «piquera» tiene múltiples significados: desde el agujero de una colmena hasta la salida de un horno de fundición. Sin embargo, en el universo de las tabernas, y muy especialmente en Córdoba, el término fue adoptado y «rellenado» de un contenido único y fascinante.

La piquera de una taberna era mucho más que un simple «agujero para que salga el líquido». Era una institución en sí misma, nacida de una necesidad impuesta por ley.

El Origen: Una Norma de 1788 y la Necesidad de una Ventana

Para entender por qué surgieron las piqueras, debemos viajar en el tiempo. Gracias a una investigación del historiador Alberto Ramos Santana, sabemos que el 12 de abril de 1788, un bando de la Chancillería de Valladolid dictaba las estrictas normas de las tabernas. Se establecía un horario de cierre riguroso, pero con una excepción crucial: si después de esa hora «fuese algún vecino a buscar vino por alguna necesidad urgente, se lo deben dar, con tal que sea por ventana, o reja, que debe haber para estos casos».

Esta ordenanza, pensada para «servicios especiales y de guardia», fue el germen de la piquera. Nació como una ventanilla de farmacia para el vino, pero la sociedad cordobesa pronto le encontró otros usos mucho más profundos.

La Piquera como Frontera: El Espacio Prohibido para la Mujer

Aquí es donde la piquera adquiere su dimensión más reveladora. Como documenta la Cordobapedia, hasta bien entrada la década de 1960, estaba mal visto que una mujer entrara y alternara en una taberna, un espacio concebido como exclusivamente masculino.

La piquera se convirtió así en la única forma que tenían las mujeres de acceder a los productos de la taberna sin profanar con su presencia aquel santuario de hombres. A través de esa «cráticula monjil», como la describe la enciclopedia local, se establecía una comunicación con el interior sin cruzar el umbral prohibido.

Sus funciones eran múltiples y dibujan un retrato social de la época:

* Comprar vino: Era la ventanilla para el recado diario, a menudo encargado a mujeres y niños.
* Dejar recados: Servía como punto de localización para buscar al «cabeza de familia».
* Requerimientos familiares: Era el canal por el que llegaba el temido mensaje: «¡Que dice mamá que vengas ya a casa!».
* Discreción y Secretos: Servía también a los propios hombres en situaciones que requerían discreción. Un asiduo en período de luto riguroso o un hombre acompañado por una «querida» podían usar la piquera para evitar ser vistos por el resto de parroquianos.

Conclusión: Arqueología Sentimental a Pie de Calle

La piquera es mucho más que una curiosidad arquitectónica. Es una pieza de arqueología sentimental que nos habla de leyes, costumbres, secretos y una profunda división social. Afortunadamente, hoy las puertas de las tabernas están abiertas para todos por igual.

Cuando visites Córdoba, busca estas pequeñas ventanas al pasado. Y después de encontrarlas, entra, pide un vino en la barra y brinda por una historia fascinante que, gracias a estos vestigios, nos negamos a olvidar.