La sierra de Córdoba, la gran desconocida

Las joyas ocultas de la Sierra de Córdoba: naturaleza, historia y sabor muy cordobés

Entre miradores infinitos, parques llenos de vida y tradiciones gastronómicas, la Sierra de Córdoba guarda rincones que ya en época árabe fueron descritos como el mayor de los vergeles.
Vistas de Córdoba desde el monumento al Sagrado Corazón de Jesús

Cuando uno piensa en Córdoba, lo primero que vienen a la mente son sus patios floridos, la Mezquita-Catedral o las callejas blancas de la Judería. Sin embargo, alzar la vista hacia el norte revela un tesoro mucho menos conocido: la Sierra de Córdoba, un espacio que ya en época árabe era considerado el mayor de los vergeles, un pulmón verde que protegía la ciudad y le regalaba agua, madera y frescor en los meses más calurosos.

Un vergel histórico

En tiempos de Al-Ándalus, la Sierra era sinónimo de abundancia y refugio. Crónicas de la época describen sus lomas cubiertas de encinas, alcornoques y olivares, atravesadas por arroyos y caminos que conectaban pequeñas alquerías con la ciudad amurallada. Era lugar de caza, retiro espiritual y también de recreo para las élites cordobesas, que subían a la sierra buscando aire limpio y vistas panorámicas del Guadalquivir.

Las Ermitas: un balcón al infinito

Uno de los lugares más mágicos de la sierra son Las Ermitas, un conjunto de pequeñas construcciones encaladas que fueron hogar de ermitaños desde el siglo XVIII. El silencio que reina allí, interrumpido solo por el canto de las aves, y las vistas que se extienden hasta perderse en el horizonte, convierten la visita en una experiencia casi mística. Desde el mirador, Córdoba parece una maqueta, con la Mezquita-Catedral destacando como joya central.

Los Villares: el pulmón recreativo

Si Las Ermitas son recogimiento, Los Villares son vida y encuentro. Este parque periurbano es uno de los espacios favoritos para pasar el día al aire libre: mesas bajo la sombra, rutas señalizadas y zonas para hacer barbacoas. En primavera, la sierra se tiñe de flores silvestres, y en otoño, el suelo se cubre de hojas doradas. Es un lugar donde familias y grupos de amigos comparten lo más sencillo y a la vez más cordobés: comer juntos en plena naturaleza.

El Convento de Santo Domingo: historia en piedra

En lo alto de la carretera que sube desde la ciudad se encuentra el Convento de Santo Domingo, fundado en el siglo XV. Su fachada sobria guarda historias de monjes y viajeros que, antes de continuar su camino, encontraban aquí cobijo y oración. Hoy, su presencia discreta recuerda que la sierra no es solo naturaleza, sino también memoria de fe y trabajo silencioso.

La tradición más cordobesa: un pollo en la carretera

No se puede hablar de la Sierra de Córdoba sin mencionar una costumbre que cualquier cordobés entiende sin necesidad de explicaciones: terminar la excursión comiéndote un pollo en restaurante de Santo Domingo. Pollos asados crujientes, ensalada, patatas fritas y una cerveza fría… Es el broche perfecto para un día de caminata, paseo o simplemente de contemplar la ciudad desde las alturas. Es tradición, es sabor y, sobre todo, es Córdoba en estado puro.


Consejo del viajero:

Subir a la Sierra de Córdoba no exige prisas. Lo mejor es combinar varios de estos lugares en una misma jornada: una parada en Las Ermitas para disfrutar del mediodía, un paseo por los Villares y una comida sencilla y deliciosa en la carretera de Santo Domingo (ver horario del restaurante). Así descubrirás una Córdoba que no siempre aparece en las guías, pero que guarda parte de su alma más auténtica.