Se calcula que el botín cargado por el ejército francés superó las cien carretas repletas de tesoros.
La llegada de las tropas francesas
Era el 7 de junio de 1808 cuando el general Dupont entró en Córdoba al mando de unos 18.000 soldados franceses. La ciudad, que había mostrado resistencia a las tropas napoleónicas, se vio de pronto desbordada. Las defensas eran mínimas y la entrada de los franceses se convirtió en el inicio de una pesadilla.
Tres días de saqueo y destrucción
Durante tres días y tres noches, la ciudad fue entregada al pillaje. Iglesias, conventos, casas nobles y viviendas humildes fueron saqueadas sin distinción. El propio cabildo de la Catedral fue despojado de objetos de culto y riquezas acumuladas durante siglos.
Las calles de la Judería y del casco histórico, hoy llenas de vida y flores, se convirtieron entonces en escenario de incendios, gritos y desesperación. Miles de cordobeses murieron o huyeron, y los que quedaron sufrieron humillaciones y violencia.
El botín: la riqueza de una ciudad
El saqueo fue metódico: se llevaron tapices, cálices, joyas, archivos enteros y hasta campanas. Se calcula que el botín cargado por el ejército francés superó las cien carretas repletas de tesoros.
La Mezquita-Catedral, símbolo de la ciudad, no se libró: su tesoro fue requisado y trasladado a Andújar junto con otras riquezas.
Un recuerdo imborrable
Aunque tras Bailén (julio de 1808) los franceses retrocedieron y parte del botín fue recuperado, la memoria del saqueo quedó grabada en el alma cordobesa. Desde entonces, aquel episodio se recuerda como una herida abierta que mostró la vulnerabilidad de una ciudad orgullosa de su historia.
Descubre la Córdoba que sobrevivió
Hoy, recorrer Córdoba es también recordar estos episodios que forman parte de su identidad. Pasear por la Mezquita-Catedral, la Plaza de la Corredera o las callejuelas de la Judería es revivir los lugares que fueron testigos de aquel saqueo y que, a pesar de todo, resurgieron con fuerza.